viernes, 10 de diciembre de 2021

PH de papel higiénico

m. Papel que se usa para la higiene personal

En 1857, se comercializan láminas de papel humedecido con aloe. El papel higiénico enrollado aparece en 1880. Y tarda años en llegar a Buenos Aires, donde se asoma recién en el siglo XX.

Mientras tanto, la mazorca de maíz no era un mal recurso. Tampoco las esponjas o las telas livianas, si uno era rico. Hacia los cuarenta, llega finalmente el papel enrollado. O, lo que era mejor, “el papel libre de astillas”, que parece que las tenía.

Pero, claro, era muy caro. La cosa se democratiza un poco cuando los diarios se hacen populares. Los periódicos, grandes sábanas de papel, eran muy requeridos; cortados en cuadrados más o menos iguales y con un ojal en uno de los ángulos, no faltaba en los hogares humildes. Los que eran amigos del verdulero de la otra cuadra conseguían ese papel azul tirando a violeta que envolvía la fruta; una suavidad deliciosa.

En esos días, un italiano convertido al protestantismo realizó una cruzada personal: distribuir la Biblia casa por casa. Texto que, se sabe, está impreso en el llamado papel biblia, delgado y suavísimo.

Hay que decir que al converso le fue extraordinariamente. No había hogar que no aceptara gustoso un ejemplar de la Biblia protestante. Pronto, el texto se regalaba en las plazas.

Parece ser que los beneficiados perforaban una tapa, colgaban las hojas y las colgaban de un gancho en el retrete, al lado del calefón. Seguramente no era para leerlas.

Ya lo dijo Discepolín:

Igual que en la vidriera

irrespetuosa

de los cambalaches

se ha mezclao la vida,

y herida por un sable sin remache,

ves llorar la Biblia

junto al calefón.  

sábado, 7 de agosto de 2021

T de Tenedor

 

m. Instrumento de mesa en forma de horca, con dos o más púas que sirve para comer sólidos (Real Academia Española).

Se parecía mucho al tridente del Demonio; instrumentum diaboli, le decían algunos buenos sacerdotes. Tal vez por eso durante mucho tiempo el tenedor se usó únicamente en las cortes europeas. Recién hacia fines del siglo XVII, los italianos empezaron a enrollar los espaguetis con ese instrumento. El argumento era que no todos los comensales tenían las manos limpias. De modo que, desde ese momento,  el tenedor fue un elemento de distinción.  Así se hizo la civilización occidental, diría el sociólogo Norbert Elías.

Por estos lares, esa costumbre tardó más. Lo prueba un texto redactado en 1847 por el inglés William Mc Cann, que es un estudio de antropología hecho y derecho:

“El tenedor no se usa jamás entre las clases pobres, y, en realidad, creo que no se usa porque exigiría la adopción de otros hábitos domésticos que resultarían fastidiosos: un cuchillo y un tenedor requieren un plato, el plato requiere una mesa. Sentarse en el suelo con un plato resultaría inconveniente y ridículo. Una mesa, pide, a la vez, una silla y así las consecuencias del uso del tenedor, importarían una completa revolución en las costumbres domésticas”.

Chapeau para don Mc Cann.

domingo, 24 de enero de 2021

S de señalador

 









m. Utensilio, normalmente plano, que sirve para señalar una página, por lo general aquella donde se interrumpió la lectura de un libro. También llamado marcapáginas (RAE).


Algunos usan los que les dan cuando compran el libro. Unos, ¡horror!, le hacen una orejita a la página. Otros utilizan lo que tienen a mano, un papelito cualquiera, el ticket del supermercado. Entre estos, cobró cierta fama el erudito que metió una feta de salame como marcador.

Como fuere, el señalador es una de esas cosas que tiene un fuerte sentido cultural. Porque, ¿qué es un señalador? La seña de una interrupción en el fluir de la lectura. Una marca que interrumpe, pero también promete retomar el texto en algún otro momento. Un artefacto, pues, del pasado (leído) y del futuro (a leer).

Massimo Gatta, un bibliófilo italiano, escribió una Breve storia del segnalibro, que despierta algunas preguntas inquietantes. ¿Qué significa interrumpir la lectura en un cierto punto? Cuando retomemos el libro, ¿será posible volver al lugar donde nos detuvimos?  ¿El texto será el mismo, seremos los mismos nosotros?

A veces, abandonamos algún libro por una razón u otra. Entonces el señalador es una marca fatal.

Por ejemplo, aquel volumen, en el último anaquel de la biblioteca, el lomo polvoriento del abandono. Lo hojeamos. Las páginas pasan. Pero se detienen en un lugar. En ese punto está esa hoja que trajimos de algún otoño. Perdió aquel increíble color rojizo, está quebradiza. Pero está allí. Todavía espera que continuemos la lectura.

sábado, 12 de diciembre de 2020

P de Pesebre

Nosotros lo llamamos pesebre. En otros lados, belén. La Real Academia prefiere nacimiento: Representación con figuras del nacimiento de Jesucristo en el portal de Belén.

Es la calle de las maravillas diminutas. Pastores, reyes magos, caballistas de circo, hasta maradonas. Es via San Liguorio, como la llama la gente, en el centro de Nápoles.  Allí nomás hay una iglesia construida sobre las ruinas de un templo romano a Ceres, la diosa de la fecundidad. Los fieles le llevaban estatuitas de terracota como ofrenda. En el mismo lugar, los napolitanos hacen figuritas de pesebres cristianos.

Quizá Carlo de Borbone (el rey de Nápoles y de Sicilia) haya ido alguna vez a esas tiendas artesanales. Lo cierto es que, cuando se fue a Madrid como rey de España, tuvo la idea de coleccionar esas figuritas para su hijo, Carlos IV.  

El teatro de los belenes se hizo costumbre. Las figuritas, articuladas con sabios alambres, expresaban sus sentimientos. Rezaban, hincados. Abrían los brazos asombrados. Caminaban hacia el pesebre.  Y, en el centro, sus majestades con el cetro y la corona, Carlos IV y su mujer, María Luisa de Parma.

Hace unos días, el teatro volvió. El Belén Napolitano del Príncipe se instaló en el salón de los Alabarderos del Palacio Real. José y María visten sedas improbables. Y, como es usual, don Carlos y doña María Luisa ocupan el centro de la escena.

En el virreinato del Perú, al cual pertenecimos hasta 1776, eran famosos los retablos. La palabra lo dice todo: retablo proviene del latín retro-tabulum, detrás de la tabla o, más bien, del altar. Allí se ponían.

También había una versión portátil, cajas con santos y otras efigies que los andinos llevaban para que los protegiera en sus viajes.  Los retablos eran comunes en el noroeste argentino.

Los belenes tradicionales tardaron en llegar a estas costas. En el Buenos Aires colonial, no había más que un puñado de artesanos.  Algunos de ellos fueron santeros, como se denomina en América a los que hacen imágenes de santos.  Pero se dedicaban sobre todo a la imaginería de los altares, pocos eran ebanistas de verdad. Y menos miniaturistas.

Como fuere, los brillos de antaño han pasado. Ahora tenemos esas figuritas de yeso pintado que el tiempo ha descascarado.  

sábado, 24 de octubre de 2020

B de Bidet








Bidé portátil, 1910. Perteneciente a la familia Schiappacasse. Museo del Patrimonio de Aguas Argentinas

fr. bidet; propiamente 'caballito', voz proveniente de los caballos bidet de la Bretaña francesa. 1. m. Aparato sanitario con forma de recipiente, ovalado y bajo, que recibe el agua de un grifo y sobre el que se sienta una persona para su higiene íntima (Real Academia Española).

En sus memorias, el marqués d’Argenson recuerda que la marquesa de Prie lo recibía sentada en su bidet o confident des dames (“confidente de damas”), como le llamaban algunos. Probablemente le llamó la atención porque el artefacto se usaba en la alcoba, al lado de la cama para después de tener relaciones sexuales. Acaso por estas indiscreciones, el bidé era mal visto en sus orígenes. Los ingleses, tan victorianos ellos, decían que era cosa de “esos franceses”. Los alemanes, que era poco higiénico.

En sus viajes de iniciación a París, los burgueses argentinos conocieron los bidés. Tal vez no en lugares demasiado recomendables, pero supieron de ellos. Sin embargo, aquí los artefactos tardaron en difundirse.

Recién en 1885, se introdujo el inodoro en Buenos Aires. Hasta ese momento sólo había “vasos necesarios”, bacinillas y sillicos (bacinas con forma de sillones). Las abluciones íntimas se hacían con palanganas, jofainas, tinas de latón.

A principios del siglo XX, apareció el “baño habitación”, un cuarto separado de los otros. Allí se juntaron el lavabo, el inodoro y la bañera. Y, tímidamente, de a poco, el bidé.

Algunos tenían bidés portátiles, quizá para que no se viera ese artilugio destinado a las abluciones de las partes innobles del cuerpo. Otros los compraban en Gath & Chaves más que nada como un signo de distinción de clase.

Hacia 1920, surgió el “baño habitación”, un cuarto más de la casa. Uno de los artefactos era el bidé, que se compraba en Gath & Chaves más bien como un signo de distinción. Después se generalizó.

Pero ahora está en peligro de extinción. Jean Baudrillard sostiene que en la casa posmoderna, cada vez más, las cosas se repliegan, se empequeñecen. Pues parece que el bidé está condenado a desaparecer: en el nuevo Código de Edificación ya no es obligatorio. 

PH de papel higiénico

m. Papel que se usa para la higiene personal En 1857, se comercializan láminas de papel humedecido con aloe. El papel higiénico enrollado ...